David Bowie: el adiós al héroe de la reinvención
David Bowie era consciente de las posibilidades de que “Blackstar” fuera su último disco. Entonces optó por convertir la inminencia de la muerte en un acto artístico. En el tema “Lazarus”, el camaleón musical de incesantes reencarnaciones y renacimientos canta: “Estoy en el cielo. Tengo cicatrices que no se pueden ver. Un drama que no puede ser robado. Todo el mundo me conoce ahora”. Y en el videoclip de la canción “Blackstar”, el cadáver de un astronauta cierra acaso el círculo del viaje astral que empezó con “Space Oddity”, su hit de 1969 que narra la odisea del mayor Tom, el desolado astronauta que pierde el contacto con la Tierra.
Fueron 18 meses de una lucha contra el cáncer que terminó el 10 de enero con su muerte. El artista británico –que en verdad se llamaba David Robert Jones– tenía 69 años, que recientemente había cumplido el 8 de enero, el día en el que también se lanzó “Blackstar”. Una comunicación oficial de su entorno afirma que “murió pacíficamente rodeado de su familia”.
Su físico se mermaba, pero no su lucidez. En el 2014, David Bowie comenzó a gestar su última jugada artística. Por consejo de una amiga, asistió al 55 Bar de Nueva York para ver a un cuarteto de jazz encabezado por el saxofonista Donny McCaslin. Él salió del local con una intuición: el nervio y el pulso de esa banda podrían acompañarlo en su búsqueda de una nueva dirección musical. No se equivocó.
“Blackstar” supera las etiquetas: tiene de jazz, rock, electrónica, pop fantasmal y banda sonora del cine negro o de una ciencia ficción oscurantista. Y es el desgarrado canto de cisne de un músico consciente de su condición terminal y desconcertado por el caos del mundo.
CAMALEÓN DE MIL CARAS
La vuelta de tuerca de “Blackstar” es el eslabón final de una carrera propensa a la reinvención. ¿Qué factores motivaban a Bowie a encarnar a Ziggy Stardust, Aladdin Sane, el Duque Blanco y otros álter egos? Varias premisas buscan responder esta pregunta:
1) La posibilidad de ser otro.
La periodista británica Suzanne Moore escribió en “The Guardian” sobre Bowie: “Él nos permitió ser más de lo que sabemos ser”. Su obra engrandece nuestras existencias en medio de las miserias.
También influyeron razones pragmáticas en la tendencia de ser otro. David Robert Jones no quería ser confundido con David Jones, de la banda naif The Monkees, y optó por un nombre artístico que homenajea al aventurero y coronel Jim Bowie, el creador de los cuchillos Bowie (este personaje se batía a duelo con ellos en las tierras salvajes de EE.UU. en los albores del siglo XIX).
2) El arte y los álter egos catalizan el mal.
¿Cuántas voces puede escuchar un esquizofrénico? Imposible de precisar. Lo cierto es que la familia de Bowie cuenta con una historia clínica de esquizofrenia: Terry, su medio hermano, padecía esta enfermedad y se suicidó en 1985. El músico le dedicó dos canciones: “Aladdin Sane” y “Jump They Say”.
3) Libertad contra las convenciones.
Todo apunta a que David Bowie nunca tuvo prejuicios con la elección personal de la identidad en diversos campos. En el rubro sexual, él llegó a considerarse homosexual, bisexual y heterosexual. Luego bajó las revoluciones y en los últimos años llevaba una vida de familia en Manhattan junto con su esposa, la modelo Iman, y su hija Alexandria. Bowie ya casi nunca salía de Nueva York. Su estado de salud reforzó esa opción: en el 2004 le practicaron una angioplastía para desbloquearle una arteria que afectaba el funcionamiento de su corazón.
4) Búsqueda artística total.
David Bowie también era actor (en el cine, interpretó nada menos que a Andy Warhol en “Basquiat” y a Pilatos en “La última tentación de Cristo”, entre otros roles). Para él, una pesquisa musical justifica la creación de nuevos personajes, estéticas, relatos y conflictos.
LEGADO DESCOMUNAL
¿Qué etapa de Bowie es la más notable? Difícil de elegir. Pero hay un período que es especialmente fascinante: el que va desde “Station to Station” (1976) a “Scary Monsters” (1980). Atosigado por las drogas, el músico se fascina con las manías altivas del fascismo y crea al Duque Blanco (años después, renegaría de este álter ego) hasta que siente la necesidad de desintoxicarse.
David Bowie se establece en Berlín y, junto con Brian Eno y sus enfoques heterodoxos hacia la música, concibe una trilogía irrepetible: “Low” (1977), “Heroes” (1977) y “Logder (1979), en los que fusionan punk, electrónica, world music y futurismo, así como desafían los pilares occidentales y le cantan a las épicas cotidianas (aquí nace el estribillo “podemos ser héroes/al menos por un día”). Luego Bowie aminora la experimentación y abraza un pop fresco y vital.
Tras la muerte de su amigo, Eno publicó una carta de adiós. Un fragmento de ella afirma: “Recibí un e-mail de él hace 7 días. Fue divertido como siempre, y surrealista, recurriendo a juegos de palabras, alusiones y todas las cosas que hacíamos habitualmente. Terminó con la frase ‘Gracias por los buenos tiempos, Brian. Nunca se pudrirán’. Lo firmó como ‘Dawn’ (‘Amanecer’). Ahora me doy cuenta de que se estaba despidiendo”. Buen viaje, astronauta.
Fuente: El Comercio